domingo, 19 de junio de 2016

Vacío de Emoción, Almudena Bustamante. Cuento ganador en la modalida Provincial



“VACÍO DE EMOCIÓN”
Almudena Bustamante


“¡Quiero hablarle de mi esposa! ¡Tiene que escucharme, por favor!”, gritaba el hombre, mientras la enfermera de recepción intentaba inútilmente tranquilizarlo, sujetándolo por el brazo, él zafándose de ella.
El doctor asintió con un movimiento de cabeza, la ayudante comprendió y el hombre penetró en el gabinete. Era éste un recinto pequeño y agradable, adornado con colores neutros y cuadros anodinos que creaban un ambiente acogedor sin distraer la atención del paciente.
-Usted dirá…
-Soy el marido de María, una paciente suya.
El doctor frunció levemente el entrecejo, como si tratase de recordar. Pero no le hizo falta: el hombre que tenía delante sustituyó eficazmente a su memoria, sobrecargada de datos:
-Mi esposa ha estado viniendo a terapia durante un año. Tiene usted que acordarse, una mujer que lloraba con demasiada facilidad…
-Como su esposa conozco muchas, por desgracia…
-Pero que quisieran deshacerse de su emotividad excesiva, creo que no…María: menuda, morena, con grandes ojos negros y  sensible hasta no poder más…
-Me parece que ya sé de quien me está hablando…Pero no sé que pretende de mí, sabe que no puedo revelar información concerniente a las personas que acuden solicitando…
El hombre, apesadumbrado, no le dejó terminar.
-No quiero información, no deseo acceder a datos que usted no puede facilitarme y que ya conozco, le acabo de decir que es mi esposa. Si estoy aquí es para pedirle que la convenza, por favor.
El terapeuta se subió con el dedo índice las gafas que resbalaban por su nariz un poco chata, al tiempo que se rebullía ligeramente en el mismo sillón desde el que escuchaba cada día las mismas historias de vida, de amor, de odio y de muerte.
-¿De qué debo convencerla? ¿De qué me está hablando?
-Quiero que vuelva a terapia. Deseo que revierta usted los efectos del tratamiento. ¡Quiero recuperarla!
El doctor seguía sin comprender. Lo único que tenía claro era que  el hombre que tenía delante estaba desesperado. La paciente mencionada, María, había concluido el tratamiento exitosamente ¿A qué se debía entonces tanta  angustia? Más por curiosidad profesional que por cualquier otro motivo, decidió escucharle. Se reclinó un poco en el asiento, cruzó las piernas, volvió a colocarse el puente de las gafas sobre la nariz y se dirigió hacia aquel desconocido que había llegado a la consulta con tan inusual petición. Nunca, en treinta años que llevaba ejerciendo como psiquiatra, había recibido semejante demanda. Cierto que había de todo: pacientes satisfechos que en Navidad  le recordaban lo muy agradecidos que estaban, enviándole felicitaciones que él colocaba sobre el escritorio con orgullo.  De un paciente en particular recibía de cuando en cuando paquetes postales sellados en rincones diversos del mundo, que siempre contenían  objetos alusivos a puentes emblemáticos: una taza con la inconfundible estampa del Golden Gate, un plato de porcelana adornado con el Tower Bridge, una acuarela enmarcada del Ponte dei Suspiri…Puentes que ahora eran   objetos de devoción de un hombre que lograra, gracias a él, quitarse la incómoda y peligrosa manía de intentar arrojarse desde ellos. También existían los fracasos, clientes insatisfechos que abandonaron la terapia con el pretexto de la falta de resultados, incluso demandas, como la interpuesta por la familia de un suicida, pidiendo  la devolución del dinero que el difunto invirtió en tan infructuosa terapia. La gente cree que la psiquiatría es una ciencia exacta e infalible. Pero nada más lejos de la verdad. Y para demostrarlo, allí estaba el marido de una paciente cuya terapia había sido un éxito absoluto, pidiéndole  que revirtiese los estupendos resultados obtenidos. “Vaya profesión la mía”
-Usted dirá, le escucho…
Y el marido desesperado comenzó a relatar su agonía, un poco  más calmado al comprender que contaba con toda la atención del terapeuta:
-Quiero que me devuelva a mi mujer. Sí, como lo oye: Aquí –Y movió la cabeza en todas las direcciones para abarcar el pequeño despacho en toda su extensión- ha quedado ella, y quiero que regrese.
El terapeuta abre los ojos, interrogante. Aún no comprende. Su interlocutor continúa:
 -Cuando mi esposa acudió solicitando su ayuda, era una persona cariñosa, daba amor y se hacía querer. Su único problema era el exceso de emotividad. Imagino que estos detalles los conocerá tan bien como yo, pero le refresco la memoria: mi esposa lloraba por todo. Si decidíamos ir al cine, debíamos seleccionar con especial cuidado la película, porque si era muy emotiva, ella no paraba de llorar. Resultaba muy molesto, desde luego, tanto para quienes estaban a su lado como para mí, pero sobre todo para ella, que salía del cine con los ojos tremendamente congestionados. Por no mencionar el estado de ánimo que se apoderaba de ella, que de tanto llorar acababa con los ánimos por el suelo.  Pero lo del cine era lo de menos, que al fin y al cabo acudíamos tres veces al año. En el día a día lo pasaba fatal con las noticias de la televisión; que para qué le voy a recordar a usted como anda el mundo de penalidades…Para agudizar aún más el problema, acuérdese,  esta respuesta lacrimógena no la desencadenaban únicamente los estímulos negativos, pues le sucedía lo mismo cuando se emocionaba positivamente: acudíamos a ver la función navideña al colegio de los niños, y en cuanto veía a Pablito (nuestro hijo) en el escenario, ya estaba llorando a moco tendido. Pero es que previamente ya había llorado lo suyo ante la estampa -siempre tierna y evocadora- del belén que los niños habían montado. Era un belén de pacotilla, cuya alarmante desproporción entre el tamaño de las figuras (el niño Jesús era el doble de grande que san José, que a su vez era de mayor tamaño que el molino de viento) más bien causaba risa. Pero a mi esposa le emocionaba, ya ve, y le hacía llorar. Lloraba cuando la selección nacional ganaba un partido, lloraba cuando veía una boda (sólo le digo que se agarraba un berrinche de padre y muy señor mío ante los escaparates de las tiendas de fotografía, repletos de tortolitos recién casados). Por llorar, lloraba hasta cuando estrenaba ropa, sobrepasada de emoción cuando se miraba al espejo y se veía tan guapa.Lo de mi esposa era de pena, se lo aseguro. Llegó un punto en el que las cosas se complicaron hasta extremos que usted ya conoce. Ella estaba terriblemente acomplejada, que también lo sabe usted. Y no es de extrañar. Lo de controlar las emociones es tan importante y necesario como el mismo control de esfínteres. El pudor emocional nos preserva  de la  exposición de nuestra persona, como la vestimenta lo hace con nuestro cuerpo. Lo saludable es  ir en pelotas porque así lo hemos decidido, pero María no podía elegir, su desnudez emocional era una imposición.   Ella aborrecía que aflorasen aquellos sentimientos excedidos e inoportunos. La ponían en evidencia. Y por ello se planteó la posibilidad de solicitar ayuda  profesional. La apoyé, desde luego. Comprendí perfectamente que necesitaba encontrar una solución a su problema.
Desde el principio me extrañaron un poco los métodos. ¿Cómo lo llamaba ella? Inoculación de estrés, eso es. Como una vacuna, me explicaba. Pasaba horas delante del televisor, contemplando los videos  que usted le había recomendado, llora que te llora.  Cada día lloraba menos, desde luego.
Pero lo de aquella tarde me dejó apabullado, no estaba preparado para lo que vi. María llevaba ya varios meses de tratamiento y la mejoría era evidente. Yo acababa de regresar del trabajo. Entré a saludarla. Ella estaba delante del televisor,   atenta al video de la terapia. Me acerqué a darle un beso y es cuando lo vi. Le aseguro que si me pinchan, no sale una gota de sangre: ¡María estaba absorta ante el visionado de  una espantosa filmación real, que mostraba con escabrosa nitidez la cotidianeidad de un campo de concentración nazi! Allí, expuesto ante el objetivo de la cámara, el sufrimiento de miles de seres, un sufrimiento inimaginable del que sólo se atisbaba una mínima parte, la que la impresión fotográfica mostraba en el celuloide: cuerpos famélicos hacinados en un trágico montón de cadáveres despojados de ropa y de dignidad; seres espantosamente denigrados, rastrojos humanos, sin más vida que una marioneta, deambulando por una escena de pesadilla… Y ella inmutable, contemplado la filmación. Sin un atisbo de lágrima, sin un destello de compasión, ni de horror. Emoción cero.
Y entonces supuse que estaba “curada”. Lo de curada lo digo por decir algo, pues ver a María  impasible ante la contemplación de tanto horror, me hizo dudar. La duda se volvió pronto certeza. Me bastaron unos meses para comprender definitivamente que a usted, doctor, se le había ido la mano. Lo supe cuando constaté día a día que mi esposa había pasado al extremo opuesto.  De llorar por todo, acosada por una sensiblería a la que se le había deformado el muelle de la contención, pasó a una falta de sensibilidad que ponía los pelos de punta. No se inmutaba ante nadie ni ante nada. Tal era su ausencia de sensibilidad, que los sentimientos fueron muriendo, como las flores de un jardín a falta de riego. Y los sentimientos, doctor, son los medios que utiliza el amor para manifestarse. Estoy seguro de que ella no ha dejado de quererme, lo que sucede es que ahora no puede hacerlo. Tampoco puede querer a nuestros hijos. El método que usted empleó con ella actuó como una fumigadora, exterminando todo tipo de emoción, como esas redes que arrasan el fondo submarino, llevándose por delante a todas  las especies que les salen al  paso, sin discriminar. 
De la lagrimilla permanente ha pasado, doctor, a la ausencia total de emociones.  Por eso las busca desesperadamente, cuanto más fuertes, mejor, pues  se ha dado cuenta de que no siente. Busca situaciones extremas, con la esperanza de que las respuestas también extremas que en ellas puedan darse, le hagan sentir de nuevo: hace unos meses le dio por el puenting, sin resultado, y se pasó al paracaidismo, que me temo yo que como sigamos así, cualquier día salta a pelo… El anterior fin  de semana lo pasó en las dependencias policiales, la detuvieron por conducir en sentido contrario por la A6. También le da por frecuentar los peores tugurios a altas horas de la madrugada, vestida tan sólo con un abrigo, del cual se desprende para mostrar sus encantos al primer facineroso que se le pone por delante, y salir corriendo a continuación; se encarama a la barandilla del balcón (vivimos en el piso doce), cruza las calles con los semáforos en rojo, se sube al metro cuando las puertas han comenzado a cerrarse, y se dedica a insultar a los Latin King del barrio…Ya no sé que hacer, doctor.
Creo que ella desearía volver a ser ella. Tampoco se lo puedo asegurar, porque como ni siente ni padece, le da lo mismo arre que so…
¡Yo sólo quiero que vuelva a llorar, por dios! ¡Que mi esposa llore y sienta de  nuevo…!

jueves, 16 de junio de 2016

La vida en una caracola, Alfonso Barragán. Cuento ganador Concurso Internacional de Cuentos de Guardo



LA VIDA EN UNA CARACOLA. ALFONSO SERGIO BARRAGÁN                                                   

Me siento reconfortado cuando las sombras marchitan lentamente los últimos rayos de sol. La mar se presenta plácida como un azogue pespunteado de brillos dorados. Me gusta pasear sintiendo el fragor del vaivén de las olas. El romper de las espumas a pocos metros.
   Ella no lo entiende. Qué va a entender. Se limita a despotricar sobre mis paseos nocturnos. Desperdicia, como otras tantas cosas, lo que muchos desearían: una casa junto al mar. Aunque eso sí, no se corta en anunciar a bombo y platillo las excelencias de nuestro nuevo hogar, las ventajas de vivir frente a una playa de ensueño… Pero qué va. Es más interesante pasarse los días sacándole lustre al suelo y malgastar las noches apoltronada en el sofá saltando de una cadena a otra para escuchar las imbecilidades -en la mayoría inventos del márquetin para aburridos- que conforman las vidas de otros que ni siquiera conoces… ¿Y la nuestra qué?
  Quizás ella tenga razón cuando me dice que me quejo por vicio. Que no entiende qué más deseo de la vida. Disfrutamos de una más que holgada posición, tres hijos que hace tiempo abandonaron el hogar -demasiado ocupados ahora para visitarnos con frecuencia- pero que no carecen de nada.
   -¡Y qué te falta, qué te falta…! -me pregunta a menudo.
   Yo acostumbro a no contestar. Me muerdo la lengua, evito pensar y vuelvo a añorar la quietud de las arenas, mis largos paseos nocturnos. Mis horas de soledad, de esa soledad amiga que acompaña y cauteriza, de ese íntimo encuentro con mi más profundo yo. Un deleite que me aleja de lo nigérrimo de esa otra soledad que reconozco habita entre las paredes de lo que desde hace tiempo no me atrevo a llamar hogar.
   A veces me vuelvo para contemplar las huellas que he dejado atrás. Ese surco efímero que han marcado mis pisadas. Y pienso en lo fácil que es desandar lo andado, volver al punto de partida sintiendo que se ha disfrutado del trayecto. Por desgracia, la vida no nos suele dar esa oportunidad. Si fuese sencillo retroceder, volver a iniciar el camino…
   Ahora disfrutamos de más tiempo libre. O deberíamos hacerlo, disfrutar, en lugar de malgastarlo viendo cómo se suceden los días sin forma, unos iguales a otros. Ya ni recuerdo cuántas cosas pensaba hacer cuando pudiese manejar las horas a mi antojo. Sí recuerdo que la mayoría la incluían a ella. Y ahora que el trabajo no me ata… ¿Dónde ha quedado todo? ¿Qué tengo en realidad? ¿Qué espero del mañana? Pienso y pienso y nada me ilusiona. No vislumbro ni el matiz borroso de alguna imagen que me brinde una sola pizca de ánimo o de deseo.
   -Tú lo que tienes son muchos pajaritos en la cabeza. Deberías volver a dirigir la empresa, al menos no tendría que soportarte con esa cara de vinagre…
   ¡Cara de vinagre! Eso es lo malo. Que soy como una vieja bota que se va agriando con los años en lugar de adquirir solera. ¡Cara de vinagre! No, mejor como ella. Cara de nada. Una expresión insípida, que nada revela, que nada dice. Si no fuese porque veo crecerle las arrugas casi diría que no está viva… Y los días siguen pasando, perdiéndose en un pozo sin fondo. Y yo, como en la canción de Farina, tengo que apurar este vino amargo que ya no lo es tanto de pura costumbre.
   La playa se me antoja un infinito sembrado de nostalgias. Con esas olas que vuelven y vuelven a barrer las arenas sin reposo. Recojo guijarros de la orilla y los arrojo a la mar. A veces los observo un instante en mi mano. Pienso que el paso del tiempo los ha esmerilado desbastando sus aristas, empequeñeciéndolos, pero a la par, acentuando su belleza. Así la vida debería pulir despaciosamente los sentimientos, aquilatándolos, haciéndolos más intensos…
   Pero no. El devenir de los años a veces se empeña en recubrirnos con una pátina amalgamada de monotonías, resentimientos y desdoros. Somos humanos, está claro. Por eso en la madurez, cuando desde el altozano de la edad divisamos lo que dejamos atrás deberíamos cuidarnos del presente, adueñarnos de él, aderezarlo con la mixtura de las experiencias pasadas… Y me pregunto si tras ese tiempo pretérito del que aún recuerdo los momentos felices no habrá más que este presente tedioso alongándose hasta el final.
   Me entretengo mirando los trazos caprichosos de las gaviotas surcando el cielo. Diviso el albor de las siluetas de las más lejanas diluido entre las sombras. Algunas me sobrevuelan y me dejan ver con claridad sus fisonomías. No sé por qué se me antojan interrogantes cuyo contenido me hace estremecer. Algunas desfiguradas, borrosas, otras acuciantes, inminentes, como… ¿Por qué estoy aquí ahora? ¿Por qué ansío con tanta vehemencia la soledad de esta nocturna playa?
   Prefiero aherrojar la mente, no echarle cuentas al torrente de pensamientos que de repente me inunda y echo a andar al filo de las aguas respirando profundamente el satinado del aire de la noche. Y entonces lo veo. No sé qué es. Tan solo vislumbro un brillo múrice que destaca en el fondo oscuro. Me descalzo, me arremango el pantalón y me adentro unos metros pensando que no será más que cualquier tontería. El agua está fría. Aunque me remango la camisa tengo que meter el brazo hasta más arriba del codo empapándome la ropa. La cojo con prevención. Es muy grande. Cuando la acerco a la luz me asombro con su exquisita figura. Es una caracola de color rosa intenso, más bien púrpura. Nunca había visto ninguna semejante. La abertura ligeramente oblicua está cerrada por una costra dura circundada del blanco de un nácar deslumbrante. Permanezco un buen rato admirándola, contemplándola como el niño que disfruta con su nuevo juguete. Es muy hermosa.
   Pienso en devolverla de inmediato a su medio. Ignoro cuánto tiempo puede estar fuera del agua sin morir, o al menos sin sufrir daños. Entonces, el pie se desprende. Miro en el interior pero no hay nada. Queda en mi mano la puerta de aquella casa ahora no habitada. Puede parecer una tontería, pero me pregunto si habrá muerto de forma natural, depredada, o si simplemente habrá cambiado de residencia (desde luego prefiero quedarme con la última opción). No tengo ni idea del ciclo vital de estos seres. Pero decido llevarla a casa. Le puedo hacer una peana de madera y utilizarla como adorno para la mesa de mi escritorio. Continúo mi paseo sintiendo una desagradable tristeza. Una desazón cuyo significado no comprendo. Ahora pienso en lo que dirá mi mujer cuando me vea con ella. Será bonita, pero tengo muy claro las palabras que saldrán de su boca:
   -Nunca madurarás. ¿En eso empleas la noche? ¿En ir a la playa a recoger porquerías en lugar de estar en casa? Estás viejo, chocheando. ¡No sé cómo voy a poder aguantarte cuando tengas más años si ya te comportas como un cretino! Qué malos tragos me esperan con este hombre Dios mío…
   Qué malos tragos, eso digo yo. Y es ella la que no cesa de repetírmelo. ¿He sido un mal marido? ¿Un mal padre quizás? ¿Cuántos años llevo partiéndome la espalda para sacar adelante a mi familia, para que tenga de todo? Pero, por lo visto, no basta con eso. La sacrificada ha sido ella, que ha tenido que educar a los hijos… Con asistenta fija, sesiones de peluquería, masajes, tratamientos de belleza y yo qué sé cuántas cosas más.
   Malos tragos. Malos tragos. Vino agraz que oscurece el paladar. Eso es lo que llevo años bebiendo. A la fuerza, consintiéndoselo todo. Y siento que toda la culpa es mía. ¿Por qué tantas veces han enmudecido en mi boca las palabras que debiera haberle dicho? ¿Cuántas veces he soslayado la realidad por no querer enfrentarme a ella? Miedo, cobardía, qué se yo…
   Me sorprendo cuando las primeras luces del lubricán comienzan a decorar las aguas con áureas luminiscencias. Los pellizcos albos de las espumas empiezan a hacerse visibles. No puede ser que la noche se extinga tan rápido, que lleve tantas horas deambulando por la playa. ¡A ver si ella va a tener razón y estoy tan chocho que hasta pierdo la noción del tiempo!
   Me siento en un farallón a pie de mar. A la derecha la urbanización. Una tenue luz satinada reflejándose en la fachada de mi casa. Aún llevo en la mano la caracola. Me había olvidado de ella. Le doy vueltas volviéndome a recrear en sus bonitos colores. Me fijo en el caparazón. La luz del amanecer me desvela que no todo es hermoso en él. Está formado por capas superpuestas que no presentan un aspecto homogéneo. Hay zonas engrosadas y deslucidas. Como improvisados remiendos. Se ve que bajo esta dura cubierta el frágil ser que la habitó tuvo que pasar sus vicisitudes para sobrevivir. Endurecer su caparazón con feos parches para protegerse de un entorno inhóspito. Y me pregunto cómo se puede vivir así, encarcelado, blindándose contra el exterior, sin atreverse a salir de la coraza sabiéndose blando, reconociéndose vulnerable. Entonces pienso cuántas veces los humanos nos vemos obligados a hacer lo mismo. Ocultarnos bajo un caparazón para defendernos de todo aquello que sabemos nos puede dañar. Esconder los sentimientos bajo capas de costra que luego tendremos que llevar a cuestas el resto de nuestra vida. El paso del tiempo nos curte, nos hace más fuertes, pero también desluce una parte importante de nuestros sentimientos.
   No puedo evitar ahora, a plena luz del día, reconocerme imbuido en una coraza semejante. Reconocerme encarcelado en mi propia vida. Cuántas ilusiones ha marchitado el tiempo. Ella… hubo una época en la que vivimos enamorados mirando con esperanza hacia el futuro. Y entonces no teníamos casi nada. Tan solo nos teníamos el uno al otro y eso bastaba.
   Recuerdo nuestros paseos por el parque cogidos de la mano. Los fines de semana descorchando una botella de vino que paladeábamos acompañada de algunos platos que ella ornaba con esmero haciéndolos hermosear a pesar de su humilde contenido. Luego, nos acurrucábamos en el sofá para ver una película, así, muy juntos, sintiéndonos el uno al otro. No podíamos permitirnos otra cosa. Y ahora que disfrutamos de restaurantes de lujo, que poseo una soberbia bodega… ¿Cuántos momentos así hemos vivido en los últimos años? ¿Dónde quedó todo aquello?
   Miro la caracola vacía, sin vida. Un bonito receptáculo hueco… Y siento la necesidad de devolverla a su mundo. Quién sabe. Quizás algún otro ser blando y frágil encuentre refugio en ella, la protección que necesita para continuar viviendo.
   Arrojo la caracola al agua y emprendo el camino de vuelta a casa. Ahora el sol reverbera en los tejados deslumbrándome. Pero he visto su silueta oscurecida en la terraza del dormitorio. Está debruzada sobre la barandilla probablemente mirándome, aguardando que regrese para reprocharme que lleve toda la noche fuera. Para verter sobre mí sus ácidas palabras, para volver a repetirme la cantinela de que mis paseos le suenan a excusa para ocultarle que me encuentro con alguien.
   -¿Vas con tu puta, otra vez? Tú es que te piensas que me chupo el dedo… tantos paseos, tantos paseos…
   Y quizás debería de ser verdad. Tener a alguien que me abrace, que me acompañe, que me aliente con su calor. Alguien con quien hacer el amor aunque sea fingido. Aunque sea por dinero.
   Me adentro en la urbanización y me saluda un perfume fresco a césped recién cortado. Mi corazón late muy rápido. Me ahogan los recuerdos, me asfixia el desasosiego. Hurgo por un instante en mis heridas y pienso que la vida daña, pero también cauteriza.
   Me detengo. Un ligero vahído hace que la vista se me nuble un instante. Meto la mano en el bolsillo. Tengo las llaves del coche. Intuyo que ella me está mirando, probablemente impaciente, aguardando que entre en casa para salirme al paso e inaugurar el día con la primera bronca. Para recrearse en mi silencio que piensa es aquiescencia, no resignación. Me acuerdo de la caracola. De esas feas marcas de su caparazón que cubren y empobrecen una belleza que igual le costó años conseguir.
   Y pienso que no voy a seguir haciéndome daño ocultando mi cobardía bajo una coraza ya demasiado marcada por las cicatrices. Ni una más.
   Me siento al volante y el ronroneo del motor me suena al murmurio de la mar cuando se agita… Sé que debo de alejarme de todo esto. Que merezco una nueva singladura libre de cadenas por más encrespadas que se me puedan poner las aguas. Que la vida me dañe más si quiere, que me engulla si lo desea, pero no voy a arrastrar por más tiempo el peso que hasta ahora he llevado encima.
   Cuando salgo de la urbanización pienso fugazmente en ella… ¡Que se joda! 

sábado, 4 de junio de 2016

Alfonso Barragán gana el "Concurso Internacional de Cuentos" de Guardo y Almudena Bustamante el premio al mejor cuento palentino


La ceremonia de entrega de premios  se celebrará el sábado, día 11, en el Salón de Actos de la Escuela de Música.

Reunido el jurado del "Concurso Internacional de Cuentos de Guardo", en el día de ayer, 3 de junio de 2016, y tras varias votaciones y rondas eliminatorias, se decidió que el primer premio fuese para la obra "La vida en una caracola", de Alfonso Barragán. Un trabajo que se impuso a los otros once finalistas que habían sido seleccionados: "El matadero", "Primavera en las miradas", "El viaje de vuelta", "De cómo el sol de marzo huele a miel derramada en los almendros", "Calima y viento", "Escarabajos en Strawberry field", "Chilindrón", "El valle de las náyades", "Ora et labora", "La boca destemplada de Yayo Galán" y "Distancia", hay que decir que se presentaron un total de 296 relatos cortos

En el apartado reservado para escritores nacidos o residentes en Palencia, se presentaron 22 cuentos. La ganadora ha sido Almudena Bustamante, de Guardo, por "Vacío de emoción". Trabajo que se impuso a los otros cuatro finalistas: "El viejo", "Detrás de la máscara", "Ora et labora" y "Volar sin alas".

Los premios están patrocinados en el caso del primer premio, de 1.200 euros, por la Diputación de Palencia, y el premio provincial dotado con 400 euros por la empresa Deporcyl.

El Jurado lo formaron: Jaime G. Reyero, presidente; José Luis Tejerina, catedrático de Lengua y Literatura; José Luis Chacel, poeta; y Gonzalo Ortega Aragón, columnista de Diario Palentino. Junto a ellos se encontraban también: Fefa González, Julia Estrada, Carlos Cardillo, Elena Fernández, Juan Carlos de la Fuente, Nemesio Martínez y Mariano Blanco, del Grupo Literario.

La ceremonia de entrega de premios se celebrará el día 11 a las 20 horas en el Salón de Actos de la Escuela de Música. Evento en el que Sinés Martínez ejercerá como pregonero literario y Javier Castrillo pondrá la nota musical con su espectáculo Poetas en ruta.

martes, 19 de abril de 2016

Una excepcional participación cierra el plazo de presentación de relatos del "Concurso Internacional de Cuentos de Guardo"

En esta edición, al cierre del plazo de recepción de cuentos, el Grupo Literario Guardense ha recibido un total de 318 cuentos, un cuarenta y cinco por ciento más que en la anterior convocatoria.

Del número total de cuentos recibidos, 296 optan al premio internacional, dotado con 1.200 euros patrocinados por la Diputación de Palencia.

Otros 22 cuentos proceden de residentes o nacidos en la provincia palentina -dotado con 400 euros-. Estos últimos optan al premio provincial patrocinado por la empresa Deporcyl de Guardo, prácticamente duplicando la participación anterior.

En esta ocasión, del extranjero se han recibido 14 cuentos, aumentando significativamente la participación obtenida en otros años. Los cuentos que se han recibido allende de nuestras fronteras proceden de Chile, Argentina, Alemania, Israel, México, Uruguay, Reino Unido y Canadá.

En cuanto a la geografía nacional, los relatos proceden prácticamente de toda España, siendo Madrid la provincia que más cuentos aporta, seguida de Barcelona y Valladolid.

Con participación destacada figuran las provincias de Valencia, Vizcaya, Cádiz, Asturias, Sevilla, León y Murcia. Pocas son las provincias que no aportan algún cuento a este longevo y prestigioso certamen, lo que nos da una ideo de la amplia repercusión que tiene este concurso en toda España.

miércoles, 3 de febrero de 2016

El Grupo Literario Guardense convoca la XLV edición del Concurso Internacional de Cuentos de Guardo

Foto de archivo
Un año más, y va por la 45ª edición de forma ininterrumpida, el jurado permanente del Concurso Internacional de Cuentos de Guardo convoca este prestigioso Certamen. Concurso Internacional que nació hace ya 45 años, de la mano del escritor palentino Jaime García Reyero. Un certamen que goza de gran solera en la provincia de Palencia y uno de los más antiguos de España.

En esta ocasión, el plazo de presentación de cuentos se ha establecido entre los días 8 de febrero y 1 de abril.

Los cuentos serán originales, inéditos y no premiados en otros concursos, con extensión máxima de cuatro folios en formato A-4, escritos por una sola cara, con 1,5 de interlineado y se presentarán por duplicado, grapados, sin firmar y con plica.

Los envíos se harán por correo ordinario y se enviarán al: 

Ayuntamiento de Guardo (A la atención “Grupo Literario Guardense”), C/ La Iglesia, s/n 34880-Guardo (Palencia)- ESPAÑA. 

Los autores palentinos que quieran optar a los dos premios, lo harán constar, expresamente, en la cabecera de su trabajo, en cuyo caso deberán presentar dos copias por categoría.

El fallo del jurado previsiblemente tendrá lugar a finales de mayo y la entrega de premios a los ganadores en un acto dentro de las Fiestas Patronales de San Antonio, cuyo día y hora se comunicará previamente.

Toda la información relativa al concurso se irá incluyendo en esta misma página web


XLV  CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTOS GUARDO-2016

BASES

1ª- Se establecen los siguientes premios:
Un primer premio de 1.200 euros más “trofeo conmemorativo guardense” al mejor cuento presentado de tema libre.
Un segundo premio de 400 euros y “trofeo conmemorativo guardense” al mejor cuento presentado por autor palentino (nacido o residente en la provincia de Palencia).

2ª- Los cuentos serán originales, inéditos y no premiados en otros concursos, con extensión máxima de cuatro folios en formato A-4, escritos por una sola cara, con 1,5 de interlineado con tamaño de fuente 12 y se presentarán por duplicado, grapados, sin firmar y con plica.

3ª- Los envíos se harán por correo ordinario y se enviarán al: Ayuntamiento de Guardo (A la atención “Grupo Literario Guardense”), C/ La Iglesia, s/n 34880-Guardo (Palencia) ESPAÑA.

4ª- Los autores palentinos que quieran optar a los dos premios, lo harán constar, expresamente, en la cabecera de su trabajo, en cuyo caso deberán presentar dos copias por categoría.

5ª- No podrán presentarse los ganadores en ediciones anteriores.

6ª- El plazo de admisión comienza el 8 DE FEBRERO y finaliza el 1 DE ABRIL DE 2016.

7ª- La entrega de premios y lectura de cuentos premiados tendrá lugar en un acto cultural dentro de las fiestas patronales de San Antonio, en Guardo, en el mes de junio, cuyo día y hora se comunicará previamente.

8ª- Es requisito imprescindible que los autores galardonados, si éstos residen en la península, se presenten en el citado acto cultural para leer su trabajo y recibir el premio correspondiente.

9ª- Los trabajos premiados quedarán en propiedad de la organización y serán publicados en formato de libro electrónico en la página web: http://concursocuentosguardo.blogspot.com.es/

10ª- Los trabajos no premiados no serán devueltos y se destruirán después del fallo del Jurado.